Migdal
Babel
בבל מגדל
(La torre de Babel)
“Vamos
a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos
famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra”.
(Gn.
11, 4)
Salieron
del oriente, con la idea de establecerse en cualquier lado. El punto geográfico
en realidad no importaba, de cualquier modo, llevaban mucho tiempo
desorientados. En algún momento
del camino se encontraron. Sus lenguas se cruzaron. Se mezclaron, para edificar
una torre lo bastante alta como para arrojar piedras a los que pasaban por ahí.
Conforme
la torre crecía, el lenguaje se enredaba. Tenían palabras prohibidas, con doble
significado y otras que era mejor no inventar. Palabras de piedra, argamasa,
barro y madera. El lenguaje era confuso, confundía los días, las situaciones y
entorpecía la construcción, al grado de que necesitaban olvidarse de ella cada
cierto tiempo y cada quien arrojaba, del lado que le pertenecía de la torre, piedras.
El
mayor problema para la edificación de la torre, no era el olvido esporádico
sino una cuestión de fechas. Las fechas estaban más revueltas que las lenguas.
El caos temporal era de tal magnitud, que se había convertido en el cimiento de
la torre. En el centro, habían colocado un reloj que no funcionaba. El problema
eran las fechas, lo sabían, por eso era mejor no contarlas.
Ish había huido del oriente mucho
antes que Isha; conocía el movimiento
de los astros, la mitología de otras torres y el uso de la metáfora. La primera
noche que se besaron, él le dijo “sólo puedo describir tus labios con metáforas
bíblicas”. Quizá si ella hubiera estado consciente del encanto de las palabras
y en lugar de dejarse impresionar por la frase, le hubiera preguntado “¿y qué
metáforas son esas?” la primera piedra de la torre no hubiera sido colocada. Sean
cuales sean esas misteriosas metáforas, él tenía muchas más fechas, conocía más
palabras y de cualquier modo hubieran terminado haciendo el amor.
“Hacer
el amor” es un término bastante curioso. Por un lado era la actividad
recreativa, que los habitantes de la torre hacían con mayor frecuencia, por
otro lado es un equívoco. La metaforización
de coito, yacer o fornicar. Una metáfora que tenía que ver con cientos de
posiciones, sillas, mesas, libreros, escritorios y camas, pero que a toda costa
debía evitar la palabra “amor” usada por separado, por ser equívoca, confusa en
significado y además casi inexistente. Sería mejor suavizar la convivencia con
otro tipo de palabras, que incluyera el afecto y la falta de compromiso. Cuando
Ish yacía con otras mujeres, también
le llamaba “hacer el amor”. Era el mismo acto, simplemente cambiaba de mujer.
La unión del acto con la palabra era instintivo e inconsciente. Isha prefería no ponerle nombre a las
cosas, así era más fácil marcharse en cuanto le diera la gana; era más simple
desnudarse frente a otros y yacer con otros sin nombrar las cosas, sin elegir
su significado. Solamente con Ish
empleaba el término con la amplitud de cualquiera de sus significados; por eso
no era la mecánica común de desnudarse y vestirse, como hacían las mujeres de
Babilonia y ella misma con los otros, sino de hacer que las palabras
existieran, por breve que esto fuera.
Se
acostumbraron a marcharse de la torre, a abandonarla y regresar después de un
tiempo; la desempolvaron incontables veces, en ocasiones se encontraban, por
casualidad, merodeando cerca; y dependiendo del motivo que los había vuelto a
acercar, decidían si bastaba con mirarse y salir corriendo o si era mejor volver
a habitar y construir la torre. Por muy lejos que se fueran, siempre se
aseguraban de no borrar sus huellas para poder volver. Irremediablemente
siempre volvían.
Quizá
de ser constantes en la edificación ya habría alcanzado una altura con la que
se hubiera caído sola. En realidad, construían lentamente, con mucho cuidado,
porque no hubieran sabido qué hacer después de haberla terminado.
Una
noche Ish despertó sobresaltado, la
voz le temblaba y las palabras salían de su boca demasiado confusas y torpemente.
Le dijo a Isha, “he tenido una
pesadilla… no podemos seguir construyendo la torre. Es soberbia seguir con
esto. La torre no crece, no va a ninguna parte. Desde el principio sabíamos que
no iba a ninguna parte. La culpa no me deja dormir”. No le preguntó si acaso
ella dormía, si también tenía pesadillas, si la culpa la desvelaba. No le
preguntó y ella no se lo dijo. Permanecía muda. Apenas unas horas antes habían
desempolvado la torre y hecho el amor en cada uno de los peldaños. Era
demasiado pronto irse de nuevo. La prisa y lo sorpresivo de la situación,
hacían que Ish fuera muy cuidadoso
con cada una de sus palabras; por eso era una despedida diferente a las otras,
tenía algo que parecía definitivo. “No es que no me gustes, sino que me gustas demasiado”.
Parecía la misma clase de gusto que se tiene por ciertas frutas, por una
estación o algunas banalidades. Le gustaba de la misma manera que podría
gustarle el vino, la miel y la leche. Mejor hubiera sido elegir “querer” antes
que “gustar”; no es que no te quiera, sino que te quiero demasiado. No causaba
un daño mayor el cambio de palabras. A fin de cuentas iba a dejar la torre. “Hay
dos caballos, uno es el racional que me quiere llevar al oriente, hacia el buen
camino; el otro es el salvaje, irracional, terrible, funesto, corre desbocado
hacia la nada. La torre está alcanzando una altura peligrosa y pronto puede
caer. Va a caer”. Ella finalmente logró responder, “sí, entiendo”, era todo lo
que lograba decir. Él tan dueño del lenguaje, capaz de argumentar y justificar
cualquier cosa... pero no era un problema de lenguaje, sino de fechas.
¿Qué
pretendían con la construcción de una torre tan alta? Por muy alta que fuera,
no iban a ninguna parte, el cielo seguía distante. Edificaban una torre que iba
a terminar vencida por su propio peso. Una torre de las mil lenguas para que
prevaleciera un nombre. Una torre para pretender que no estaban extraviados,
que evitara la diáspora. Los dos se utilizaron con una falsa excusa. Con el
pretexto de quererse. Pensaron que eran la torre, el ídolo torre de Babel,
cuando no eran otra cosa que ladrillos de la torre. Simples ladrillos para la torre
de su soberbia.
Abandonaron
nuevamente el lugar, ésta vez borrando sus huellas para evitar volver. Si su
voluntad fallaba e intentaban encontrar el camino de regreso, al menos no podrían
seguir sus propios pasos. La yedra se encargará de olvidar su torre.
Los
dos tomaron diferentes caminos, con dirección al oriente.
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