miércoles, 4 de febrero de 2015

"La torre de Babel" por Andrea Fajardo



Migdal Babel 
 בבל מגדל
(La torre de Babel)

“Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra”.

(Gn. 11, 4)

Salieron del oriente, con la idea de establecerse en cualquier lado. El punto geográfico en realidad no importaba, de cualquier modo, llevaban mucho tiempo desorientados. En algún momento del camino se encontraron. Sus lenguas se cruzaron. Se mezclaron, para edificar una torre lo bastante alta como para arrojar piedras a los que pasaban por ahí.
Conforme la torre crecía, el lenguaje se enredaba. Tenían palabras prohibidas, con doble significado y otras que era mejor no inventar. Palabras de piedra, argamasa, barro y madera. El lenguaje era confuso, confundía los días, las situaciones y entorpecía la construcción, al grado de que necesitaban olvidarse de ella cada cierto tiempo y cada quien arrojaba, del lado que le pertenecía de la torre, piedras.
El mayor problema para la edificación de la torre, no era el olvido esporádico sino una cuestión de fechas. Las fechas estaban más revueltas que las lenguas. El caos temporal era de tal magnitud, que se había convertido en el cimiento de la torre. En el centro, habían colocado un reloj que no funcionaba. El problema eran las fechas, lo sabían, por eso era mejor no contarlas.
Ish había huido del oriente mucho antes que Isha; conocía el movimiento de los astros, la mitología de otras torres y el uso de la metáfora. La primera noche que se besaron, él le dijo “sólo puedo describir tus labios con metáforas bíblicas”. Quizá si ella hubiera estado consciente del encanto de las palabras y en lugar de dejarse impresionar por la frase, le hubiera preguntado “¿y qué metáforas son esas?” la primera piedra de la torre no hubiera sido colocada. Sean cuales sean esas misteriosas metáforas, él tenía muchas más fechas, conocía más palabras y de cualquier modo hubieran terminado haciendo el amor.
“Hacer el amor” es un término bastante curioso. Por un lado era la actividad recreativa, que los habitantes de la torre hacían con mayor frecuencia, por otro lado es un equívoco. La metaforización de coito, yacer o fornicar. Una metáfora que tenía que ver con cientos de posiciones, sillas, mesas, libreros, escritorios y camas, pero que a toda costa debía evitar la palabra “amor” usada por separado, por ser equívoca, confusa en significado y además casi inexistente. Sería mejor suavizar la convivencia con otro tipo de palabras, que incluyera el afecto y la falta de compromiso. Cuando Ish yacía con otras mujeres, también le llamaba “hacer el amor”. Era el mismo acto, simplemente cambiaba de mujer. La unión del acto con la palabra era instintivo e inconsciente. Isha prefería no ponerle nombre a las cosas, así era más fácil marcharse en cuanto le diera la gana; era más simple desnudarse frente a otros y yacer con otros sin nombrar las cosas, sin elegir su significado. Solamente con Ish empleaba el término con la amplitud de cualquiera de sus significados; por eso no era la mecánica común de desnudarse y vestirse, como hacían las mujeres de Babilonia y ella misma con los otros, sino de hacer que las palabras existieran, por breve que esto fuera.
Se acostumbraron a marcharse de la torre, a abandonarla y regresar después de un tiempo; la desempolvaron incontables veces, en ocasiones se encontraban, por casualidad, merodeando cerca; y dependiendo del motivo que los había vuelto a acercar, decidían si bastaba con mirarse y salir corriendo o si era mejor volver a habitar y construir la torre. Por muy lejos que se fueran, siempre se aseguraban de no borrar sus huellas para poder volver. Irremediablemente siempre volvían.
Quizá de ser constantes en la edificación ya habría alcanzado una altura con la que se hubiera caído sola. En realidad, construían lentamente, con mucho cuidado, porque no hubieran sabido qué hacer después de haberla terminado.
Una noche Ish despertó sobresaltado, la voz le temblaba y las palabras salían de su boca demasiado confusas y torpemente. Le dijo a Isha, “he tenido una pesadilla… no podemos seguir construyendo la torre. Es soberbia seguir con esto. La torre no crece, no va a ninguna parte. Desde el principio sabíamos que no iba a ninguna parte. La culpa no me deja dormir”. No le preguntó si acaso ella dormía, si también tenía pesadillas, si la culpa la desvelaba. No le preguntó y ella no se lo dijo. Permanecía muda. Apenas unas horas antes habían desempolvado la torre y hecho el amor en cada uno de los peldaños. Era demasiado pronto irse de nuevo. La prisa y lo sorpresivo de la situación, hacían que Ish fuera muy cuidadoso con cada una de sus palabras; por eso era una despedida diferente a las otras, tenía algo que parecía definitivo. “No es que no me gustes, sino que me gustas demasiado”. Parecía la misma clase de gusto que se tiene por ciertas frutas, por una estación o algunas banalidades. Le gustaba de la misma manera que podría gustarle el vino, la miel y la leche. Mejor hubiera sido elegir “querer” antes que “gustar”; no es que no te quiera, sino que te quiero demasiado. No causaba un daño mayor el cambio de palabras. A fin de cuentas iba a dejar la torre. “Hay dos caballos, uno es el racional que me quiere llevar al oriente, hacia el buen camino; el otro es el salvaje, irracional, terrible, funesto, corre desbocado hacia la nada. La torre está alcanzando una altura peligrosa y pronto puede caer. Va a caer”. Ella finalmente logró responder, “sí, entiendo”, era todo lo que lograba decir. Él tan dueño del lenguaje, capaz de argumentar y justificar cualquier cosa... pero no era un problema de lenguaje, sino de fechas.
¿Qué pretendían con la construcción de una torre tan alta? Por muy alta que fuera, no iban a ninguna parte, el cielo seguía distante. Edificaban una torre que iba a terminar vencida por su propio peso. Una torre de las mil lenguas para que prevaleciera un nombre. Una torre para pretender que no estaban extraviados, que evitara la diáspora. Los dos se utilizaron con una falsa excusa. Con el pretexto de quererse. Pensaron que eran la torre, el ídolo torre de Babel, cuando no eran otra cosa que ladrillos de la torre. Simples ladrillos para la torre de su soberbia.
Abandonaron nuevamente el lugar, ésta vez borrando sus huellas para evitar volver. Si su voluntad fallaba e intentaban encontrar el camino de regreso, al menos no podrían seguir sus propios pasos. La yedra se encargará de olvidar su torre.
Los dos tomaron diferentes caminos, con dirección al oriente.




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