lunes, 1 de junio de 2015

Cinco poemas de Yves Bonnefoy




I

Se trata de este objeto: cabeza de caballo más grande de lo natural donde se incrusta toda una ciudad, sus calles y sus murallas corriendo entre los ojos, adaptando el meandro y el alargamiento del hocico. Un hombre supo construir de madera y cartón esta ciudad, e iluminarla oblicuamente con una luna verdadera, se trata de este objeto: la cabeza en cera de una mujer girando desmelenada sobre el plato de un fonógrafo.


Todas cosas de aquí, país del mimbre, del vestido, de la piedra, es decir: país del agua sobre los mimbres y las piedras, país de los vestidos manchados. Esa risa cubierta de sangre, se los digo, traficantes de eternidad, rostros simétricos, ausencia de mirada, pesa más gravemente en la cabeza del hombre que las perfectas Ideas, que no saben sino decolorarse sobre su boca. 

IX

Le decimos: cava ese poco de tierra blanda, su cabeza,
hasta que tus dientes encuentren una piedra. 
   Sensible sólo a la modulación, al pasaje, al temblor del equilibrio, a la presencia afirmada en su estallido en todas partes ya, él busca la frescura de la muerte invasora, él triunfa fácilmente sobre una eternidad juventud
y sobre una perfección sin ardor.

Alrededor de esta piedra el tiempo bulle. Por haber tocado esta piedra:
las lámparas del mundo giran, el alumbrado secreto circula.

De Anti-Platón (1947)

VIII

La música absurda comienza en las manos, en las rodillas, después la cabeza cruje, la música se afirma bajo los labios, su certidumbre penetra en la vertiente subterránea del rostro.
            Ahora se dislocan las marqueterías faciales. Ahora se procede a extirpar la mirada.



XIII

Tu rostro esta noche iluminado por la tierra,
Pero veo que tus ojos se corrompen
Y la palabra rostro no tiene más sentido.

El mar interior iluminado por águilas que giran,
Esto es una imagen.
Te retengo fría a una profundidad donde no fraguan las
                 imágenes. 



XIX


El primer día de frío nuestra mente se evade
Como un prisionero huye en el ozono mayor,
Pero Douve de un instante esa flecha recae
Y quiebra contra el suelo las palmas de su cráneo.
Así habíamos creído reencarnar nuestros gestos,
Pero negada la mente bebemos un agua fría,
Y festones de muerte empavesan tu sonrisa,
Abertura intentada en la densidad del mundo.

De Del movimiento y la inmovilidad de Douve  (1953)

Tomados de la antología: Tarea de esperanza: antología poética.

Traducción: Arturo Carrera.

Editorial Pre-Textos.