viernes, 27 de febrero de 2015

Seis poemas de Ida Vitale





VÓRTICE


La hoja en blanco
atrae como la tragedia,
traspasa como la precisión,
traga como el pantano,
te traduce como lo hace la trivialidad,
te engaña como sólo tú mismo puedes hacerlo.
Atrapa con la dominación del delirio,
encierra todo el dolor
o la ya tan difícil exaltación.
Sobre todo cumple pretorianamente
tu encomienda: te veda
la justicia por propia pluma.


OBSTÁCULOS LENTOS

Si el poema de este atardecer
fuese la piedra mineral
que cae hacia un imán
en un resguardo hondísimo;

si fuese un fruto necesario
para el hambre de alguien,
y maduraran puntuales
el hambre y el poema;

si fuese el pájaro que vive por su ala,
si fuese el ala que sustenta al pájaro,
si cerca hubiese un mar
y el grito de gaviotas del crepúsculo
diese la hora esperada;

si a los helechos de hoy
−no los que guarda fósiles el tiempo−
los mantuviese verdes mi palabra;
si todo fuese natural y amable…
Pero los itinerarios inseguros
se diseminan sin sentido preciso.
Nos hemos vuelto nómades,
sin esplendores en la travesía
ni dirección adentro del poema.


PENITENCIA

¿Mirar atrás será pasar
a ser de sal precaria estatua,
un perecer petrificado
preso en sí mismo, parte
del roto encanto de un paisaje
cuya música no logro más oír?
¿Debo matar lo que miré,
el mito que minuciosa
pliego y despliego,
grava para paso solo?
¿Ciega borrar lugares,
playas, vientos, el tiempo?
Sobre todas las cosas,
anular horas que se han vuelto inútiles
como lluvia que cae
sobre el mar implacable,
como mis propios pasos
si no son penitencia.


RESIDUA

Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce
a un gris residuo en la memoria.

De los antiguos viajes quedan
las enigmáticas monedas
que pretenden valores falsos.

De la memoria sólo sube
un vago polvo y un perfume.
¿Acaso sea la poesía?

RECREATIVA

Suponiendo que estamos
en el fondo de un pozo imaginario,
que tiene altura brocal,
más allá cielo
para alguien que lo alcance
y dando por sentado
que tiene un contenido
en esperanzas yertas,
averígüese el tiempo
que habrá de transcurrir
para que quien está
en lo más hondo de él
llegue hasta arriba.

Formúlese la respuesta
en sueños viables,
fines laberintos,
ilusiones volátiles.
Calcúlese también
la energía perdida
cada vez que
se vuelve a tocar fondo.




CAPÍTULO

DONDE AL FIN SE REVELA
QUIÉN FUI, QUIÉN SOY,
MI FINAL PAREDERO,
QUIÉN ERES TÚ, QUIÉN FUISTE,
TU PARADERO PRÓXIMO,
EL RUMBO QUE LLEVAMOS,
EL VIENTO QUE SUFRIMOS,
LA FÓRMULA IRISADA
QUE CLARAMENTE
NOS EXPLICA EL MUNDO.

Pero luego el capítulo
no llegó a ser escrito.


Del libro Reducción del infinito, ed. Túsquets.

lunes, 16 de febrero de 2015

Entrevista a Luis Eduardo García





- ¿Para qué escribir?

Personalmente escribo para posicionarme de una manera más sólida ante el mundo. Para convertir los torpes esbozos del pensamiento en conceptos más o menos claros. Cuando escribo relleno huecos, pongo cosas sobre los espacios en blanco.
Claro que escribir poemas es distinto. Rara vez me han aclarado algo, al contrario, suelen opacarlo todo. Escribo poemas para liberar un exceso, cierta negatividad que se mueve como bacterias en mi cabeza. Sin la escritura sería un tipo malhumorado y hosco (Freud baila en su tumba). Eso en principio. Después tengo muy presente un fragmento de Steiner: “el lenguaje es el instrumento que tenemos para negar el mundo”, instrumento que generalmente se utiliza para reafirmarlo, claro, pero siempre guarda una potencia destructiva. La manera en que disponemos de esa herramienta define si somos individuos que problematizamos/dinamizamos nuestra relación con las estructuras políticas, éticas y económicas o si decidimos dejarlo todo tal y como está. Me gusta pensar que escribo para fabricar pájaros llenos de explosivos que estallarán luego cerca de alguien y lo sobresaltarán.  Pero también cabe la posibilidad de que mis supuestos kamikazes sean sólo pollitos de colores que morirán a los dos días de nacidos. 


- ¿Desde dónde te planteas la hechura de un poema? 

Últimamente sólo puedo plantearme la escritura de un poema como parte de una serie, de algo más extenso. Para escribir necesito construir la estructura conceptual que sostendrá el entramado textual de lo que voy a realizar, lo que supone actualizar mi noción de los elementos que pueden conformarlo.  Eso me da la pauta para seleccionar los materiales con los que trabajaré. Una vez que lo hago, todo lo que escribo tiene una calibración similar durante el tiempo que dura mi proyecto. Suena demasiado maquinal, pero en realidad es más inestable de lo que parece. El azar termina siempre irrumpiendo en mis planes como un velociraptor.

- ¿Crees que la escritura representa plantearse un proyecto temático? 

Hablando de un poema, pienso que el tema es sólo un potenciador, lo interesante ocurre después. Es decir, puedes perfectamente arrancar teniendo claro que escribirás sobre la reproducción de los caracoles de agua dulce, pero en realidad eso significa muy poco. Lo que importa es saber cómo vas a trabajar el texto ¿Qué tono requiere?, ¿qué ritmo?, ¿cómo generarás las tensiones que lo mantendrán en pie?, ¿buscarás una forma estable o inestable?, ¿abrirás paso al lirismo o vedarás esa posibilidad?

- ¿Es posible escribir sin influencias de otros escritores? 

Imaginemos que es posible. Primero tendríamos que haber sido criados en una cabaña lejos de todo, nacido durante una misión espacial o ser parte de una familia de náufragos. Pero entonces, lo más probable es que lo último que se nos ocurriría es tomar una pluma y escribir (a menos que nuestros padres tuvieran un ejemplar, digamos, de Moby Dick, que desde luego nos volaría la cabeza, y después de eso escribiéramos una novela en la que irremediablemente resonaría la voz de Melville, y de paso, de Hawthorne).

Pretender escribir sin influencias es simular que nuestras ideas son obra exclusiva de nuestro ingenio. Estamos día con día —consciente o inconscientemente— asimilando a otros y transformándolos. Escribir es y ha sido siempre formar parte de un proyecto colectivo. Incluso el más simple de los textos está poblado de múltiples voces y fantasmas.

- ¿Qué piensas del uso de la palabra “generación” para delimitar ciertas inclinaciones estéticas?

Para efectos prácticos es impagable. Es más fácil meter a veinte autores en un bloque que analizarlos por separado. Pero en realidad hay algo que falla en esa clase de reduccionismos: las singularidades se cancelan (lo mismo ocurre con nociones como Poesía Mexicana, Poesía Latinoamericana, etc.). El hecho de compartir una realidad social en una etapa vital similar, con todo lo que eso implica, no significa que las escrituras tengan demasiado en común, más allá de algunas coincidencias obvias. Una generación no es un cuerpo, es muchos cuerpos, e incluso tumoraciones sobre esos cuerpos. Si José Eugenio Sánchez y Mario Bojórquez pertenecen a la misma generación, entonces podemos suponer que la fecha de nacimiento no es la mejor opción para agrupar a los poetas.

- ¿La  poesía es algo fugaz?

Tengo cuatro respuestas para eso:
a)    Lo que sabemos acerca de la poesía es una distorsión.
b) 
La poesía es un cesto vacío que puede ser llenado con n cantidad de basura.
c)
La poesía se encuentra en constante cambio, de manera que intentar determinar sus cualidades es siempre impreciso. Un ejercicio desfasado.
d)
Todas las anteriores y ninguna. 
 
- ¿Técnica o inspiración?

Inspiración, por supuesto. Y esencias. Escribir desde las entrañas. Escribir llorando. Y pararrayos celestes. Invocaciones. Misterio. Y delicadas musas. Heridas que no cierran. Y el oficio de arder. Revelación. Epifanía. Y una máquina del tiempo que nos lleve al siglo XIX, Marty.






miércoles, 4 de febrero de 2015

"La torre de Babel" por Andrea Fajardo



Migdal Babel 
 בבל מגדל
(La torre de Babel)

“Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra”.

(Gn. 11, 4)

Salieron del oriente, con la idea de establecerse en cualquier lado. El punto geográfico en realidad no importaba, de cualquier modo, llevaban mucho tiempo desorientados. En algún momento del camino se encontraron. Sus lenguas se cruzaron. Se mezclaron, para edificar una torre lo bastante alta como para arrojar piedras a los que pasaban por ahí.
Conforme la torre crecía, el lenguaje se enredaba. Tenían palabras prohibidas, con doble significado y otras que era mejor no inventar. Palabras de piedra, argamasa, barro y madera. El lenguaje era confuso, confundía los días, las situaciones y entorpecía la construcción, al grado de que necesitaban olvidarse de ella cada cierto tiempo y cada quien arrojaba, del lado que le pertenecía de la torre, piedras.
El mayor problema para la edificación de la torre, no era el olvido esporádico sino una cuestión de fechas. Las fechas estaban más revueltas que las lenguas. El caos temporal era de tal magnitud, que se había convertido en el cimiento de la torre. En el centro, habían colocado un reloj que no funcionaba. El problema eran las fechas, lo sabían, por eso era mejor no contarlas.
Ish había huido del oriente mucho antes que Isha; conocía el movimiento de los astros, la mitología de otras torres y el uso de la metáfora. La primera noche que se besaron, él le dijo “sólo puedo describir tus labios con metáforas bíblicas”. Quizá si ella hubiera estado consciente del encanto de las palabras y en lugar de dejarse impresionar por la frase, le hubiera preguntado “¿y qué metáforas son esas?” la primera piedra de la torre no hubiera sido colocada. Sean cuales sean esas misteriosas metáforas, él tenía muchas más fechas, conocía más palabras y de cualquier modo hubieran terminado haciendo el amor.
“Hacer el amor” es un término bastante curioso. Por un lado era la actividad recreativa, que los habitantes de la torre hacían con mayor frecuencia, por otro lado es un equívoco. La metaforización de coito, yacer o fornicar. Una metáfora que tenía que ver con cientos de posiciones, sillas, mesas, libreros, escritorios y camas, pero que a toda costa debía evitar la palabra “amor” usada por separado, por ser equívoca, confusa en significado y además casi inexistente. Sería mejor suavizar la convivencia con otro tipo de palabras, que incluyera el afecto y la falta de compromiso. Cuando Ish yacía con otras mujeres, también le llamaba “hacer el amor”. Era el mismo acto, simplemente cambiaba de mujer. La unión del acto con la palabra era instintivo e inconsciente. Isha prefería no ponerle nombre a las cosas, así era más fácil marcharse en cuanto le diera la gana; era más simple desnudarse frente a otros y yacer con otros sin nombrar las cosas, sin elegir su significado. Solamente con Ish empleaba el término con la amplitud de cualquiera de sus significados; por eso no era la mecánica común de desnudarse y vestirse, como hacían las mujeres de Babilonia y ella misma con los otros, sino de hacer que las palabras existieran, por breve que esto fuera.
Se acostumbraron a marcharse de la torre, a abandonarla y regresar después de un tiempo; la desempolvaron incontables veces, en ocasiones se encontraban, por casualidad, merodeando cerca; y dependiendo del motivo que los había vuelto a acercar, decidían si bastaba con mirarse y salir corriendo o si era mejor volver a habitar y construir la torre. Por muy lejos que se fueran, siempre se aseguraban de no borrar sus huellas para poder volver. Irremediablemente siempre volvían.
Quizá de ser constantes en la edificación ya habría alcanzado una altura con la que se hubiera caído sola. En realidad, construían lentamente, con mucho cuidado, porque no hubieran sabido qué hacer después de haberla terminado.
Una noche Ish despertó sobresaltado, la voz le temblaba y las palabras salían de su boca demasiado confusas y torpemente. Le dijo a Isha, “he tenido una pesadilla… no podemos seguir construyendo la torre. Es soberbia seguir con esto. La torre no crece, no va a ninguna parte. Desde el principio sabíamos que no iba a ninguna parte. La culpa no me deja dormir”. No le preguntó si acaso ella dormía, si también tenía pesadillas, si la culpa la desvelaba. No le preguntó y ella no se lo dijo. Permanecía muda. Apenas unas horas antes habían desempolvado la torre y hecho el amor en cada uno de los peldaños. Era demasiado pronto irse de nuevo. La prisa y lo sorpresivo de la situación, hacían que Ish fuera muy cuidadoso con cada una de sus palabras; por eso era una despedida diferente a las otras, tenía algo que parecía definitivo. “No es que no me gustes, sino que me gustas demasiado”. Parecía la misma clase de gusto que se tiene por ciertas frutas, por una estación o algunas banalidades. Le gustaba de la misma manera que podría gustarle el vino, la miel y la leche. Mejor hubiera sido elegir “querer” antes que “gustar”; no es que no te quiera, sino que te quiero demasiado. No causaba un daño mayor el cambio de palabras. A fin de cuentas iba a dejar la torre. “Hay dos caballos, uno es el racional que me quiere llevar al oriente, hacia el buen camino; el otro es el salvaje, irracional, terrible, funesto, corre desbocado hacia la nada. La torre está alcanzando una altura peligrosa y pronto puede caer. Va a caer”. Ella finalmente logró responder, “sí, entiendo”, era todo lo que lograba decir. Él tan dueño del lenguaje, capaz de argumentar y justificar cualquier cosa... pero no era un problema de lenguaje, sino de fechas.
¿Qué pretendían con la construcción de una torre tan alta? Por muy alta que fuera, no iban a ninguna parte, el cielo seguía distante. Edificaban una torre que iba a terminar vencida por su propio peso. Una torre de las mil lenguas para que prevaleciera un nombre. Una torre para pretender que no estaban extraviados, que evitara la diáspora. Los dos se utilizaron con una falsa excusa. Con el pretexto de quererse. Pensaron que eran la torre, el ídolo torre de Babel, cuando no eran otra cosa que ladrillos de la torre. Simples ladrillos para la torre de su soberbia.
Abandonaron nuevamente el lugar, ésta vez borrando sus huellas para evitar volver. Si su voluntad fallaba e intentaban encontrar el camino de regreso, al menos no podrían seguir sus propios pasos. La yedra se encargará de olvidar su torre.
Los dos tomaron diferentes caminos, con dirección al oriente.