miércoles, 31 de diciembre de 2014

Cinco poemas de Ángel Ortuño






MIL TRESCIENTOS TREINTA Y UNO

No demuestres tu mala educación
y no preguntes:

con este signo vences, con el otro
te acuchillan señores vestidos de levita
y sombrero de copa
mientras que la carroza, a falta de caballos

va tirada
por una tarántula gigante

como se acostumbraba en el Japón
cuando era el año de mil trescientos treinta y uno.

TODO LO QUE CUALQUIER SER HUMANO
PODRÍA PEDIR EN UN
DVD

Biografías.
Entrevistas. Catálogo de llaves
de lucha libre.

Solamente no caben
cosas bonitas. (Bueno,
bajo pedido y con un costo extra
le mandamos la historia del británico sin cara y su novia

cuyo apellido en nuestro idioma es “hambrienta”.)






ESTE HOTEL ES UNA DE LAS SIETE PUERTAS DEL INFIERNO

Su música distrae. Jamás
advierte: de pronto
en el pasillo de cereales
la voz de las ofertas dice una profecía
o la señora anciana se desnuda
y sonríe.

Las ondas cerebrales de un cadáver
no son una explicación racional.


FLORES TROPICALES EN UN INVERNADERO

Así pasa a veces en la vida,
caballeros.
Una máquina me destrozó la mano
y perdí
mi trabajo de cajero en una sex shop.

Lo digo con vergüenza
pero ahí he visto cosas
que no quisiera hacerles.

Sé también que los jóvenes
abarrotan nuestras prisiones y que al lado
de la mugre y el hedor de esas celdas
este camión recuerda
el dulce paladar de una princesa rusa
o los párpados de usted
antes de cincuenta años de cosméticos.
Pero no me desvío del asunto.
Yo no quiero pedirles
ni dinero ni ayuda.

Sólo no aparten la vista cuando termine de quitarme la
   venda.






LAS MADRES DE ALACRANES PARIRÁN POEMAS


ahora intentamos resucitar lo que se fue

Kenneth Goldsmith

No tienen
quelíceros venenosos como las arañas.

Son frenéticos
gracias
a un metabolismo muy acelerado.
Pero tampoco son inofensivos.

Cuando se acercan a uno
parece que fuera un ataque directo.

Debemos simplemente dejar que la máquina se encargue.
Para qué unir los puntos si no hacen otra cosa que caernos
      encima.

Son voraces carnívoros pero prácticamente inofensivos:
soldados
en la guerra mundial
los adoptaron como mascotas
y apostaban cuando combatían contra otros insectos.





 De 1331, ed. Práctica Mortal.


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