La vida está en las aceras y no tanto en los
automóviles; es mayor la proporción de vehículos colectivos y la gente en las
calles se ve más homogénea; entre las cinco y las siete los trabajadores corren
con los morrales y mochilitas deportivos, las tortas en bolsas de papel, a las
esquinas de parada, rodean como en feria los puestos de periódicos –que para
ellos, tienen un sistema diferente, casi mercaderil de exhibición: desparraman
en el suelo periódicos deportivos y amarillistas, fotonovelas de sexo, amor y
muerte, en alterones que se esfuman de inmediato. En las esquinas de parada hay
efímeros mercados a esas horas: atoleros, jugueros, torteros, tamaleros y esa
genial, reciente invención capitalina de los tacos de canasta con garrafones de
salsa verde, que el vendedor prefiere despachar en el mostrador de su propia
bicicleta.
En las esquinas, largas
filas silenciosas; hombres de ojos arenosos y desmañanados que atisban
impacientemente la aparición lejana de los
camiones y peseros; no conversan entre sí, se solidarizan en gestos
soñolientos y ateridos; de pronto alguien lanza diestramente un gargajo que
atina en la base de un poste.
José Joaquín Blanco, Función de medianoche, ed.ERA.
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