El dios que se vuelve a mirar
El
recibidor es compacto, el baño también y la cocina sufre una de esas rápidas
condiciones físicas que vuelven microscópicas las cucharas y las cazuelas; todo
en la casa se vuelve diminuto con el tiempo. He fingido esos pasos temporales,
el feliz grado de mi dicha consiste en esconder la repercusión del tiempo sobre
mi figura, he tapado los espejos y anudado sólo una fotografía de hace algunos
años en el centro de la sala. Mi memoria ha logrado no desaparecer los nombres,
sin embargo ha sabido restarle importancia al mundo exterior y los recuerdos.
Soy un hombre exitoso. No. Soy una mujer. Soy un hombre y una mujer en una
ráfaga. Mi atuendo me confunde y veo mi derredor miniatura como reflejo diario
de un solo instante. Estoy en el paraíso; sin embargo, hoy he convidado algunas
personas a mi casa, he de seguir y convencerlos de mis propósitos. Sé que la
ausencia determinante en el espejo ha hecho que mi rostro juegue a ser
transparente, puedo ver mis músculos flácidos mientras tomo mis alimentos en
platos diminutos sobre mi mesa compacta. La ausencia de mí, al menos, me ha
hecho la única persona fija en una existencia leal, diaria y verdaderamente
instantánea. He bebido el retroceso del río de Heráclito, primera confesión necia:
he sobrevivido por la lectura. Sin embargo, hoy he convidado algunas personas
para acusar un dominio pleno, soy dueño de una conciencia más amplia; ejemplo
de esto es ver cómo con el paso de lo diminuto sobre los años, vuelve a los
objetos más chicos, y así, sentado sobre mi silla diminuta veo mis miembros
diminutos volverse al presente sin ningún acuse nostálgico, nada de
disoluciones amorosas o pequeñeces que dos cuerpos ocultan en la planicie de su
desnudez; yo sigo con estos libros de trazos diminutos en mi conciencia íntima
y fervorosa. Conozco el paraíso y no está en las cosas eternas y amplias y
enormes; está en la vuelta de los instantes, en los no indispensables y por eso
me he encerrado en una memoria siempre encumbrada hacia la siguiente. Soy un
hombre y una mujer que espera a sus convidados como siempre, al menos, así me
siento. Veo el recibidor diminuto, el baño también; no recuerdo si esto es el
día venturoso de ayer o el engaño de un presente turbio. Estoy sentado, dueño
de mí mismo en la repetición diaria de mi reflejo, reflejo en otra diminuta
memoria que recuerde que estoy aquí, en el paraíso y mis pasos son diminutos en
este repetido universo donde no estoy solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario